Pseudo testimonio...

domingo, 20 de marzo de 2011

No recuerdo exactamente las inmediaciones de las calles y avenidas en las que me encontraba, tan sólo recuerdo que era miércoles, casi las 7pm y estaba apurada y determinada en llegar a casa lo antes que me fuera posible. La oscuridad apaciguada por los postes de iluminación. El ruido ruin del trajinar citadino diario. Las personas que se suceden unas a otras en los paraderos y calles aledañas a mí. Entre todo el barullo me encuentro esperando un medio de transporte que me dirija a casa rauda y segura. No encontré ningún contratiempo al esperar por el taxi. El movimiento de siempre, la extremidad superior estirada hasta el fin y el carro que se estacionó para atenderme. Le planteo mi destino, me dicta una tarifa y listo. Sin pormenores subo al vehículo. El recorrido es el usual. Me ubico en la parte trasera, en medio de los asientos traseros. Reviso mis pertenencias en la cartera. Todo en su lugar. Observo el panorama. Bostezo un poco y de reojo veo al conductor.

Mientras tanto en casa. Mi abuela y mi tío me esperan tranquilamente. Habíamos acordado días antes, que aquel día miércoles conversaríamos sobre un posible viaje. Por eso es que necesitaba llegar con urgencia y rapidez a casa. Mi abuela observa la televisión viendo su novela de rigor. Mi tío – mientras tanto – juega con su PSP. Todo tranquilo, nada fuera de lo normal. Entre comerciales, mi abuela querida, mira de vez en cuando el reloj que está colgado en la pared del comedor – las 7:30pm – se dice para sus adentros, aún es temprano. Continúa la programación habitual de su telenovela. Ahora bien, cuando observé de reojo al conductor, noté una extraña sensación, como si algo fuera a suceder, no me equivoqué. Al momento de que aquella presencia incómoda me envolviera, el trayecto del taxista se modificó drásticamente. No es el recorrido habitual por el cual debo llegar a casa.

- Perdone señor pero ¿qué ruta planea tomar? – le dije con extrañeza. Por aquí no es el camino adecuado. El conductor se quedó callado. Pisó con todas sus fuerzas el acelerador y de golpe me fui para atrás casi por inercia. Los nervios se apoderaron de mí. El vehículo hizo movimientos bruscos, giros, frenadas y yo me mantenía en medio de ese vértigo de incertidumbre y pavor. Finalmente se detuvo. El conductor se volvió hacía mí y me dijo: - Entrégame todo lo que tienes – con voz severa e intimidante. Cuando alcé la mirada, pude distinguir una pistola negra que apuntaba directamente a mi nariz. Fue en ese momento que el pánico se apodero completamente de mí. La transpiración excesiva, el tartamudeo, las lágrimas, todo se sucedió de repente. Aquel momento duró una eternidad. Los minutos se hicieron eternos. Tomó violentamente mi cartera y se apoderó completamente de mis reflejos. Rebuscó entre todas las cosas. Me exigió que las joyas que cargaba conmigo se las entregara sin dudarlo un segundo. Todo pasó tan rápidamente y sin embargo era tan eterno el miedo que sentí.

Por otro lado. Mi abuela comenzó a preocuparse. Sin parecerlo, mientras veía su novela, estuvo observando de reojo el reloj y vio que habían pasado ya dos horas desde que lo vio por última vez y aún no había llegado. Algo dentro de ella, se apretujó. Una ligera preocupación se sintió en su palpitar. Llamó a mi tío – quien se encontraba en un cuarto continuo – y le explicó su inquietud. Mi tío atinó a decirle, con ánimo de calmarla, que mi demora se debía al tráfico. Pero mi abuela comprendió dentro sí, que algo andaba mal. La duda se apoderó de ella todo el momento. El nerviosismo. Caminó a la cocina, bebió un vaso con agua. Su pastilla para la presión y nada. La sensación era latente. Deambuló como perdida por los pasillos de la casa, de un lado a otro. Así pasaron otras 2 horas. Esta vez mi tío también se inquietó a tal punto de llamarme al celular para comprobar si me encontraba bien. Pero el teléfono sonaba y sonaba y no encontraba respuesta alguna. Algo andaba “mal” – pensó – qué cierto era eso tío.

Pasada ya las 11 de la noche, recuerdo subir las escaleras y encontrar a mi abuela hecha un manojo de nervios y a mi tío a su lado, con una expresión facial de infarto, totalmente enfadado. Ambos me miraron de pies a cabeza y descubrieron en mí una fragilidad de antología. ¿Pero qué te paso? ¿Dónde estabas? ¿Por qué no llamaste? Interminables preguntas. Sólo recuerdo derrumbarme en el hombro de mi abuela. La abracé tan fuerte como pude. Después tomó por el hombro a mi tío y lo atraje hacía mí. Les conté todo. El taxi al que abordé, resulto ser un asaltante de poca monta. Que no tuvo piedad. Se apoderó de todas mis pertenencias: dinero, joyas, tarjetas, todo. Me llevó a un lugar completamente desolado. Pensé lo peor, pero gracias a la vida, no me tocó para nada. Pero sí me amenazó con dispararme si emitía algún grito o armaba algún escándalo. Al cabo de varios minutos dentro del vehículo, hizo que me bajara. No sin antes, amenazarme con el arma y decirme con frialdad que si realizaba algún movimiento extraño o pedía ayuda a alguien me dispararía cruentamente. Sólo atiné a caminar alejándome lo más posible del vehículo. Cuando escuché que el motor se encendió, regresé sobre mis pasos y logré distinguir el vehículo por vez primera. Era un Toyota tercel negro con lunas polarizadas. Mientras se alejaba de mí, un suspiro salió de mí. Corrí despavorida hacia ningún lugar. Ni siquiera sabía dónde me encontraba. Caminé y caminé hasta que una señora me atendió. Me brindó cobijo en una bodega. Me dio un vaso con agua y me ofreció dinero para regresar a casa. Nerviosa hasta mis tuétanos abordé el carro, hasta que me encontré aquí con ustedes, mi familia. La sensación que viví fue horrible e inolvidable. No quiero volver a experimentar esa sensación.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

pasó o no pasó?? -.-

 
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