Crónica moral: HUGO Y LOS DEMÁS

sábado, 5 de febrero de 2011

Camilo sostiene un muñeco desaliñado, lo arrastra por la acera, mientras observa a lo lejos llorar desconsoladamente a Hugo. Piadosos los gritos desaforados del pequeño e inocente ser, que languidece (al parecer) sin motivo alguno. Pero retrocedamos un poco el asunto.

“Ten cuidado con los carros hijito…” expresa Cándida, progenitora de Huguito, quien atento, la escucha mientras deja sonar la puerta tras de él, enrumbándose al parque. Presuroso cual caballo de carrera a punto de llegar a la meta, con actitud pueril, y voz altisonante y aguda cantando el estribillo de una canción infantil, Hugo se encamina, muñeco en mano, hacia las faldas de los frondosos árboles, que adornaban el ornato del parque cercano a su casa. Mientras se entretiene, entre movimientos bruscos de las extremidades del muñeco e imitaciones inocentes de juego, un niño de apariencia sospechosa, de mirada traviesa y sonrisa torcida, observa atentamente, las actividades juguetonas de Hugo, el cual, a la distancia, desconocía que otra personilla lo mira sin tocamientos. Todo indica que Camilo conoce a Hugo, pero este último no muestra indicio alguno de conocer a su acechador distante.



Entre bocanadas de furor, onomatopeyas de superhéroes con poderes sobrenaturales y tantos otros detalles, Hugo, sucumbe por un instante al cansancio y la euforia, desparrama su cuerpo sobre el pasto verde que huele a orín de can y a heces de ave. Sus extremidades superiores se abren completamente, estirándose hasta el infinito, el muñeco que sostiene en sus manos, se desprende momentáneamente de su ser. Camilo, que todo este tiempo estuvo mirando con sigilo los movimientos de Hugo, mira con detenimiento aquel juguete que yace sobre el verde. Raudo se abalanza sobre el inanimado ser y corre presuroso hacia al desvío. Sus pasos son inverosímiles, la expresión de su rostro – motivada por el hurto – sucumbe ante su emoción, aquel extraño pequeñuelo sonríe con morbo mientras sostiene aquel objeto que no es de su pertenencia.

Cual pájaro que comienza a dar indicios de querer volar, Hugo agita sus brazos sobre la grama, buscando con el tacto su tan preciado juguete. Sus manos alcanzan a rozar un pedazo de corteza que cayó desde lo más alto del árbol. Se pone de pie, rápidamente da un vistazo a su entorno, buscando sin sentido aquel compañero sin vida. Al no encontrarlo, Hugo sucumbe a la tristeza, mientras sus ojos se inundan en un mar de lágrimas. Mientras tanto, Camilo observa como Hugo sucumbe al llanto y el desasosiego, su tránsito se ve interrumpido por un brusco golpe que lo tumba directamente al suelo. Cae desprolijamente mientras suelta el muñeco que llevaba en sus manos. Dante, un niño maduro de apariencia tosca, toma aquel muñeco inanimado y lo destroza sin pensarlo un segundo. Camilo mira con detenimiento y en cámara lenta, como los brazos y piernas le son amputados brutalmente por aquel niño mayor, que se posó en su camino. Al terminar con la masacre, Dante sonríe vagamente y su mirada se pierde entre la acera, da media vuelta y sin mediar palabra alguna con Camilo se retira. A su vez, Hugo – quien aún no entiende a dónde fue a parar su muñeco - corre rumbo a su casa, con el rostro enrojecido, los ojos inundados y en el trayecto se cruza con otro niño, quien llora desconsoladamente en el suelo por razones que Hugo desconoce; es Camilo quien levanta su mirada y ve a través de las lágrimas a Hugo que, se pierde entre las calles rumbo a su casa.

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