Crónica de lugar: HUAYTAPALLANA

miércoles, 26 de enero de 2011

Después de haber tenido días ajetreados en la universidad, me encuentro por fin en Huancayo para realizar un documental, pero en parte será para conocer este departamento que jamás en mi vida he visitado. Ahora me hallo dentro de un carro rumbo al Nevado Huaytapallana. Es muy temprano y sigo paso a paso los consejos que me brinda Josué, nuestro guía. Visto prendas muy abrigadoras, ya he bebido dos vasos repletos de agua de coca (que por cierto sabe a macerado de pie de loco) la cual ayuda a que el cuerpo resista las bajas temperaturas que el nevado tiene.



Estoy muy ansiosa, pero más que todo me pregunto si podré escalarlo, pues bien solo es cuestión de tener mente positiva, nada más. El carro acelera, ya hemos pasado El Tambo (la ciudad en que nos hospedamos), La Plaza Constitución y demás lugares, ahora nos encontramos en un lugar casi descampado, nos detenemos porque hay que realizar algunas compras en grupo, como adquirir mandarinas, chocolates (para mantener el calor corporal), hojas de coca, bolsas plásticas (por si el estómago te hace una mala jugada), manzanas, entre otros productos más. Retomamos el rumbo, mientras vamos avanzando vemos a lo lejos que un grupo de alpacas se acerca junto con su guía. Nuestro vehículo se estaciona, alisto la filmadora y mi novio, la cámara fotográfica, es hora de la acción. Estoy anonadada ¡qué bellos animales! Ya están alejándose y yo sólo me quedo de pie mirando todo a mí alrededor, los cerros son tan imponentes, el sol entre las montañas hace que este momento sea mágico, me siento tan pequeña, pero muy feliz de estar aquí y sé que solo es el comienzo.

Subimos al carro y seguimos adelante, asomo mi cabeza por la ventana y alo lejos diviso una pequeña cabaña, me siento algo inconsciente, debe ser el sueño… Josué dice que nos abrochemos las casacas, que nos pongamos nuestros guantes, bufandas y todo lo que tengamos a la mano para abrigarnos. Hago caso y ya me siento lista para salir, al hacerlo siento un frío ligero pero cada vez aumenta y se entromete por mis piernas y semblante. Ingreso a la cabaña y hay unas señoras del lugar que nos ofrecen comida, algunos dejan dinero por ciertos potajes y otros, como yo, no nos nace apetito y solo observo con atención el recinto en el que me hallo. Salgo de la cabaña junto a mi novio, exploramos el sitio y por primera vez en estos 19 años experimento la verdadera sensación de frío, siento como que si cortara mi cara pero a pesar de eso me agrada. Josué y los demás nos están llamando, debemos reunirnos en el punto de partida para comenzar la subida hacia el nevado. Nuestro guía nos dice las instrucciones de cómo debemos escalar, después de eso iniciamos el tramo que durará cinco horas.
Los primeros metros son soportables, de rato en rato nos detenemos para descansar, pero de ahí cada uno se adecua de acuerdo a su ritmo corporal y por lo tanto unos se quedan y otros se adelantan mucho más. Se me hace tan difícil respirar, alzo la mirada y veo que el nevado está muy lejos, soy una de las penúltimas del grupo y eso me está haciendo pensar que no lo lograré. Pasan las horas, soy terca conmigo misma y me exijo para poder alcanzar mi meta, tomo fuerzas y soy una de las primeras, incluso he dejado a Josué con el grupo, ya que se encuentra ayudándolos a escalar las montañas, siento temor, me encuentro completamente sola, soy sólo yo, el intenso frío y los cerros que se aproximan al Huaytapallana, finalmente sigo mi instinto, pues veo un camino y sé que debo seguir por él. Sin embargo me detengo, me siento sobre una gran roca y comienzo a observar todo, hay niebla, restos de excremento de animales, respiro profundamente para no perder el ritmo, me entran las ganas de perseverar y mientras avanzo, veo unas hermosas lagunas, pero yo estoy en una especie de precipicio del cual no puedo bajar, el agua se ve tan celeste, es tan hermoso que no dudo en sacar la filmadora y hacer unas cuantas tomas al igual que con mi cámara fotográfica y registrar algunas imágenes. Sé que uno de mis amigos se encuentra primero, grito su nombre porque me siento tan insegura, no deseo perderme en este lugar, por suerte logro hallarlo y me dice hasta donde debo subir. Sigue transcurriendo el tiempo y finalmente estamos a metros del nevado, la emoción me embarga y veo que algunos tienen escrito en el rostro las palabras “vómito”, “dolor de cabeza”, entre otros.


Presurosa avanzo, por fin he llegado al majestuoso nevado Huaytapallana, levanto la mirada y observo con detenimiento la gran montaña cubierta de hielo, el sol pasa encima de ella, hay un riachuelo a su alrededor, me saco los guantes para tocar por primera vez la nieve. Me hace un pequeño corte en la palma de la mano izquierda pero no me importa, quiero seguir descubriendo más de ella, me meto en algo parecido a una zanja de puro hielo, siento tanto frío y me gusta, sé que jamás la olvidaré. Miro todo a mi alrededor, me siento intimidada por tan imponentes figuras repletas de nieve, con mi mirar registro, casi fotográficamente hablando, todas las imágenes posibles en mi memoria. Después de varios minutos, Josué y mis amigos me dicen que debemos partir, puesto que está cayendo la tarde y posteriormente la noche, y nos esperan más de tres horas y media de bajada, puesto que el tiempo en ésta siempre es menor. Bajar desde el nevado Huaytapallana es recordar casi toda la subida, pero con doble dolor corporal y con dificultad para respirar, mientras sucede esto, observo por última vez las plantas, rocas, lagunas y flores, que jamás había visto en toda mi vida, para poder recordarlas siempre. Ha llegado la noche, estamos alumbrando nuestro sendero con la luz de la filmadora, algunas de mis amistades están con temor por saber a dónde está realmente la cabaña, pero para nuestra salvación vemos a lo lejos una luz de linterna, como referencia, a verla nos apresuramos. Hemos llegado, por fin, y lo único que hacemos es subirnos a nuestro vehículo, ya a nadie le importa haber dejado pagado el alimento que se mandó a cocinar en la cabaña a cargo de las señoras del lugar, sólo importa regresar al hotel, que irónicamente tiene por nombre El Nevadito, bañarnos, vestir nuestras ropas de dormir y finalmente ceder al sueño por el cansancio y el ajetreado día.

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